En el texto expongo las bases sobre las que se articula la cooperación atlántica en materia de Defensa y reivindico la utilidad y la necesidad de las fuerzas armadas y una política de Defensa sólida para los Estados mediterráneos. Asimismo, enuncio una serie de propuestas para mejorar el estado de la seguridad colectiva en el Mediterráneo, basadas en la cooperación internacional y el multilateralismo, la reducción de las desigualdades entre las orillas norte y sur y la educación, poniendo énfasis en el papel de los jóvenes.

12 de junio de 1987. El Presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan, ante una  multitud congregada en la puerta de Brandemburgo, pronuncia la icónica frase: “¡Señor  Gorbachov, derribe este muro!”. La cooperación atlántica, lejos de ser un producto más  de la bipolaridad de la época o un simple entente en materia de seguridad y defensa, fue, para muchos ciudadanos soviéticos, una esperanza de democracia y libertades,  individuales y económicas; y para los pueblos y naciones al este de Berlín, un futuro de  independencia y soberanía. Europa Occidental se había unido con Canadá y Estados  Unidos para tejer una red de seguridad común, la Organización del Tratado del Atlántico  Norte, basada en valores y sistemas de gobierno también comunes. La premisa era simple: si cualquiera de los estados miembros era atacado, este recibiría el apoyo del resto de  miembros. Mas la OTAN no es, ni mucho menos, una reliquia de la Guerra Fría, ni una  organización que solo atiende a los problemas provenientes de Moscú. Su presencia,  pasada y presente, es global: Kosovo, Irak, Afganistán, Golfo de Adén y Cuerno de  África, Bosnia y Herzegovina o Darfur. También, y especialmente, la OTAN ha estado presente en el Mediterráneo, como demuestra la operación Sea Guardian, que continúa  un largo legado de misiones antiterroristas y de conciencia situacional. 

Por otra parte, la utilidad del abultado gasto en Defensa es a menudo cuestionado, especialmente en los países del sur de Europa o de la orilla norte del Mediterráneo –según  se mire–, las finanzas públicas de los cuales se encuentran en una situación más  tensionada. Fiscalizar y justificar la necesidad de gastar en Defensa no es alocado,  especialmente teniendo en cuenta que los estados miembros de la OTAN se han  comprometido a aumentar su presupuesto de Defensa al 2% del PIB. Al fin y al cabo, gran parte de la ciudadanía europea reside en países que acumulan varias décadas  consecutivas de paz. Pero todo esto no debe llevarnos a equívoco, vayamos por partes. Nuestras fuerzas armadas no solo están en uso activo, sino que participan en numerosos misiones internacionales esenciales para el mantenimiento de la paz y la seguridad de la  ciudadanía mediterránea. Las misiones de entrenamiento en Irak son un excelente  ejemplo de ello, donde fuerzas de la OTAN están instruyendo al Ejército iraquí para que  su Gobierno pueda ejercer control efectivo de su soberanía y prevenir el resurgimiento  del terrorismo de Dáesh, que tanto daño ha hecho en ambas orillas del Mare Nostrum. 

Asimismo, la OTAN ha afrontado recientemente situaciones de combate en el mismísimo Mediterráneo, como la intervención en Libia en 2011. Dicho esto, debemos reconcebir nuestro concepto de ‘utilidad’ respecto a las fuerzas armadas. La ausencia de conflictos  bélicos no es pese a la existencia de unas fuerzas armadas, sino gracias a ello. En un  mundo complejo y peligroso, estas previenen eventuales ataques de enemigos y  adversarios: la disuasión nos protege a cada segundo de cada minuto de cada hora de cada  día. Y finalmente, el coste: gracias al principio de defensa colectiva, la OTAN es un gran  mecanismo de ahorro. Sería insostenible que cada Estado, especialmente los pequeños y  medianos, debieran afrontar por si solo el coste de defenderse antes las grandes potencias. 

Las amenazas en los últimos treinta años no han desaparecido, se han transformado, y en  cierta forma se han vuelto más complejas. La seguridad colectiva en este mar nuestro pasa indiscutiblemente por reforzar el compromiso con la OTAN, y como zona de  contacto entre civilizaciones, por fortalecer los vínculos entre ambas orillas del  Mediterráneo desde una perspectiva transversal y no prejuiciosa. Esto debe traducirse en  una mayor coordinación entre organizaciones multilaterales como la Unión por el  Mediterráneo, la OTAN, la Unión Europea, la Liga Árabe o la Unión Africana, así como  en un fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre Estados mediterráneos. Otra de  las prioridades debe ser la reducción de las desigualdades entre las orillas norte y sur,  reconociendo la falta de oportunidades como vector de desestabilización y conflicto. Finalmente, es esencial educar a la población para consolidar una cultura de defensa funcional. En este aspecto, es clave que los jóvenes seamos conscientes de cuán serios  son retos para la seguridad colectiva como el terrorismo o la ciberseguridad. En el ámbito  mediterráneo, dar pie a espacios comunes de discusión sobre asuntos de Defensa,  liderados por las nuevas generaciones, puede ser el comienzo para una mayor cooperación  regional futura. Una política de Defensa sólida no es un artefacto prescindible, es la base  sobre la que se desarrollan nuestros proyectos vitales, se asientan nuestras sociedades en  paz y se mantiene un orden internacional estable y seguro. Siete décadas de Pax Atlantica confirman la necesidad de reforzar, y no diluir, este proyecto de seguridad común.