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Brais Cambeiro Suárez
Universidad de Santiago de Compostela
La independencia energética: dique de contención y clave de bóveda
Que España no destaque prima facie por su autosuficiencia viene de lejos, pero esta impronta la llevan igualmente gravada un gran número de países de nuestro entorno europeo. Sin embargo, esta situación no es por sí misma una debilidad. En un contexto global donde la tierra, el mar, y el aire, ya no actúan como fronteras sino como vías, el tener un sistema autárquico se antoja rancio, desfasado, ineficaz y por qué no decirlo, más propio de épocas ya pasadas. La descentralización causa que, en un gran número de ocasiones, a las empresas estatales les convenga importar productos; sin perjuicio de su posible fabricación nacional, por cuestiones de costes o beneficios. Pero esta regla general no es un mecanismo adecuado cuando hablamos de sustentabilidad energética. Y es que la seguridad de las fuentes energéticas que abastecen a Europa se encuentran, desde hace años, amenazadas. Más recientemente lo hemos podido observar con una progresiva escalada de violencia, hasta su culminación bélica en la invasión rusa de territorio ucraniano que a fecha de redacción de este trabajo ya suma 2 años de conflicto y más de 1M de desplazados. Bloqueos de suministros, fluctuaciones del precio del gas y del petróleo, … han provocado una reflexión: la energía o; más específicamente, su escasez, está funcionando de forma tremendamente efectiva como un arma de doble filo. Hoy en día Rusia es el mayor exportador de combustibles fósiles de Europa, de tal forma que la necesidad es doble: para unos continuar vendiendo, financiando así sus crímenes, para otros la de seguir comprando a falta de otra opción menos gravosa. En consecuencia, si antaño para doblegar la voluntad de un estado había que traspasar sus fronteras, hoy sería suficiente con cerrar la llave de paso del oleoducto Druzhba, una suerte de acto “no bélico”.
Esta arma actúa en tres fases: amenazas, acción y calma tensionada. Todo esto con otro denominador común: una escalada exponencial en los precios y la inacción parcial frente a posibles represalias. Empero, debemos tener en cuenta que el concepto de seguridad energética no se agota ni se consume en la tenencia de combustibles fósiles. Debemos abrir el abanico a otros factores: sociales, geopolíticos, … todos ellos añaden a esa intrínseca complejidad diplomática un ápice mayor. Un factor más es el hecho de que no solo debemos observar los intereses en conflicto, sino la desconfianza entre los actores. Ya lo decía Henry Kissinger: en los asuntos internacionales, una reputación de confiabilidad es un activo más importante que las demostraciones de inteligencia táctica. Con la observancia debida, podemos apreciar que esta desconfianza casi preceptiva y vinculante no se relativiza, se concentra y se limita a los países exportadores, en tanto en cuanto se viene a aplicar analógicamente a países que cuentan, lato sensu, con una mano ganadora en lo relativo a su posición geográfica, ergo, estratégica. Estos países, que podemos denominar de tránsito, tienen mucho que decir.
Y ante este panorama geopolítico, ¿qué podemos hacer nosotros? Reducir los recursos energéticos foráneos, aprovechando las posibilidades energéticas naturales, pero desde un enfoque inverso al que se ha venido desarrollando en los últimos años. Así las cosas, partiremos desde una visión individualista a otra que se convierta -con su ejercicio- en un hecho para la colectividad. La proyección se fundamenta en una especie de prolífico contagio social que tenga su clave de bóveda en el ahorro, la desgravación fiscal y ámbito personal de los ciudadanos, aprovechando la coyuntura intergeneracional de cambio, desde una óptica antropocentrista: concibiendo al planeta como un medio para un fin; a una óptica de Pangea, de ver la naturaleza como un todo al que hay que cuidar. El Estado aquí funcionaría como un potenciador, un adalid, eliminando barreras fiscales y administrativas y potenciando el ejercicio y la acción individual. En este sentido y; tomando como guía lo dispuesto en el Art. 137 CE, debemos proceder en busca de la autosuficiencia en primer término de los municipios: que en cada casa existan medios para generar energía, entiéndase: hidrotecnia, geotermia, aerotermia, … constituyendo municipios sostenibles por todo el territorio. Estos municipios, como hemos dicho, producirán una especie de contagio sociológico gracias a un régimen con prerrogativas beneficiosas, proporcionadas por el fisco. Incluso en los casos de que existan excedentes en la producción energética estés pueden suplir las necesidades de otras partes del territorio nacional, o incluso de territorios limítrofes, reduciendo así las importaciones y el gasto del erario. Posteriormente pasaríamos a copar provincias, CCAA y el Estado, en último término. Precursoras son ya medidas como la Declaración de Versalles (2022) donde se estableció, entre otras, la reducción gradual de la dependencia energética rusa. Decía Cicerón que la fuerza es el derecho de las bestias, quitémosles esa fuerza y desaparecerá el núcleo duro y la hostigación continuada, forjémonos doctamente y hagámonos fuertes, pero en nuestro derecho.